El Maldito (Novela)

 

 

Sabemos que, en un texto literario nada es azaroso y que tampoco puede ser interpretado de manera literal, obedeciendo cada palabra, no sólo a una estructura, sino a representaciones simbólicas de algo mucho más profundo. La posibilidad de abstracción es la que nos ofrece una multiplicidad de connotaciones e implicancias que, como en este caso, tiene su paralelo o su correlato en la realidad. Lo que sigue a continuación, es entonces, una de las tantas interpretaciones, que no pretende ser la única,  que hago de mi propio trabajo.

La manipulación que ejerce un victimario sobre sus víctimas puede compararse a la actitud del cazador frente a su presa: Avanza sobre ella o bien espera a que ésta se acerque y así darle caza. Pero la manera más sutil, solapada y efectiva, es mimetizarse con el entorno de su presa y no ejercer una presión directa, sino que sea por propia voluntad de su presa, atrapada en una red de mentiras y aciertos, la que se entregue al sacrificio.

El victimario, mediante una acción de avance y retroceso, establece una relación de sumisión con la víctima, mediante la cual ejerce una manipulación en dos frentes: La realidad y distorsionando la percepción interna de la misma. La manipulación de la realidad la ejerce haciéndole creer que, "eso es lo que le ha tocado" o “yo soy lo mejor que te pudo haber pasado”; y la distorsión de la percepción interna de la víctima lo hace haciéndole sentir, "que nunca lo logrará", “así es la vida”. Con todo, la víctima, ante las dificultades propias de la realidad, termina creyendo y sintiendo que el mundo instalado en ella por el victimario, ES la realidad.

¿Puede la víctima salirse de ese círculo nefasto y negativo al que se ha visto expuesta o al cual ha sido sometida?... SI, restaurando "desde adentro" hacia afuera su ser más íntimo. Y resalto “desde adentro”, ya que la persona necesitará volver a su centro, volver a creer en sí misma, a amarse a sí misma, para que, frente a las circunstancias y avatares de la realidad, pueda saberse fuerte, no sólo para enfrentarlas, sino para volver a levantarse. Obviamente, resulta sencillo decirlo, porque en el hacer del proceso de restauración, el miedo adquiere la fisonomía de una presencia con la que deberá batallar. Ahora bien, ¿cuál podría ser el marco de referencia en el que pudiésemos sentirnos seguros, a medida que restablecemos ese diálogo interno con lo que nos ha sucedido y aun con nuestros propios miedos? El arte, en cualquiera de sus formas, incluida la literatura como una rama del arte, puede conectar con su más profunda intimidad e ir reconciliando y restaurando, desde adentro, la percepción de su entorno y de su imagen interna.



PASADO – PRESENTE



La novela se divide en dos partes, pasado y presente, representado el pasado por un muchacho de 18 años, ensimismado en un odio visceral, y considerándose él mismo un maldito:


El maldito creció entre la miseria de verse considerado la carroña, por la cual, los perros que lo habían engendrado, se peleaban entre sí. Y vivió rodeado de los más fantásticos relatos de marginalidad, pobreza  y sumisión.”


Este muchacho ocupará su última madrugada en casa para escribirle una carta a alguien donde dejará retratada la vida de su amigo de 16, quien ha crecido en el contexto de una familia violenta.

La segunda parte, estará representada por un hombre sin nombre que ha iniciado una búsqueda y que incluso apela al recuerdo de sus muertos, dialogando con ellos, para tratar de dar con la persona que está buscando.  Para encontrarse con esa persona, deberá hallar la manera de desarticular la defensa que ha establecido el muchacho de 18 con la idea de proteger a su amigo de 16. Y para dialogar con este chico de 16, deberá encontrar un equilibrio:


“El perfecto equilibrio, no es aquel que se mantiene al ras de una misma línea, sino aquel que se balancea de un lado para el otro, y logra, en ese movimiento, mantenerse sobre la cuerda floja. Cuando se rompe, puede revelar alguna verdad o el hecho trágico de una caída. En este caso, una verdad parecía inminente.”


Para el final, en un capítulo completamente dialogado, se adentrará en el juego de un niño de 9 años que lo ha estado esperando, justamente para eso,  para jugar, pero ¿Cuál es el juego?, ¿quién lo inventó?, y por sobre todo, ¿qué se esconde detrás de él?




AMOR – ODIO


Si el amor puede instalarse en el otro, y dejar que se reproduzca, interna y externamente, como lo haría una semilla que germina, crece y se vuelve frondosa, ¿quién sería tan “maldito” para instalar en el otro, el odio y la venganza, cuya meta no es otra, que su propia destrucción?

El muchacho de 18, adquiere la apariencia del odio hecha persona:


“¡Sí, no lo dudes!, es eso mismo que estás pensando. Tengo un odio voraz, tan profundo y tan arraigado, como lo que para vos podría ser el amor. Un odio que me tiene obsesionado, enceguecido, sobreexcitado; con el que me masturbo cada noche imaginando mi venganza. Cosas de pibe, dirán. Sí, cosas de un pibe que a los dieciocho, como no lo mataron, le dieron la opción del suicidio, que si bien no es tan brillante como idea, por lo menos, no deja rastro de los culpables.”


Amor – Odio constituyen en la novela, dos fuerzas que se integran, corren paralelas y hasta se enfrentan.


VÍCTIMA – VICTIMARIO


A través de la novela "EL MALDITO", he querido "mostrar" la mecánica, de manipulación y sometimiento de un victimario, como la lucha de la víctima por lograr recuperar el estado más primordial de su ser: Su alma.



Un adolescente que teniéndolo todo para imitar la figura paterna o el contexto social en el que crece, encuentra en sus primeras lecturas un camino. Porque aquellos primeros libros, no sólo le permiten sentirse atrapado en su lectura, sino que reconoce en ellos la posibilidad de que otro mundo sea posible, un mundo en el que existe alguien que escribe y que desconociéndolo todo de él, logra conmoverlo. Son aquellas lecturas entonces, que le iniciarán en el proceso, de víctima a testigo, a través de la literatura.
 
©Jc









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