Ecos (Poesía)

En todo momento intercambiamos gestos, miradas, palabras, algo de nosotros mismos que se queda en los otros, superficial o profundamente, pero que no alcanza para abarcar la complejidad o la profundidad de nuestro mundo interno. Ecos que nos llegan desde algún lugar del otro, de una parte que lo contiene, lo confirma o de aquello que cada cual quiere mostrarnos. De aquí entonces, el título de mi primer libro de poesías. Fragmentos, atisbo de una puerta entreabierta, de una mirada que no pretende ser la única ni la más acertada, pero que intenta atravesar las máscaras, el ritual manipulador y empalagoso que hacen algunos al escribir poesía, pero que se quiebran a la primera vibración de un grito lejano y persistente, al horror o la tragedia hecha silencio:


La lágrima que estalla en gritos.
La herida absurda que se abre,
que enmudece al corazón en su latido.
La angustia pavorosa
del infierno y sus abismos.

La mirada que se quema,
que no puede evadirse
de la llama enloquecida,
que va desgarrando desde la pupila
la imagen de lo que ama.

El rostro agrietado del hombre
que se quiebra, que fracasa,
en su intento imposible,
en su desesperada agonía,
cuando las manos brotan
desde su propia sombra
y se arrebata a sí mismo,
la vida.

No le alcanza a la poesía con la sublimación de todo aquello que uno ve o toca, como si la realidad y el hombre no fuesen, por momentos, sentidos opuestos y contradictorios, como si la realidad fuese una sola con ese hombre o el hombre estuviese siempre en armonía con aquello que lo rodea o crea. De esta visión de un hombre fragmentado en sus ideas, en sus actos, en sus creencias  y en sus sentimientos, es que los elementos con los que me he encontrado son, la incertidumbre, la duda, la pérdida y esa sensación casi constante de sentirse perdido o extraviado:


Encierro al silencio
y lo rodeo de palabras.
Pero sé,
que por el filo de una duda
podría escaparse si quisiera.

Abandono mis ojos
y embriago de visiones sus miradas.
Pero sé,
que bastaría una hebra de luz
para que la verdad aflorara.

Camino la tierra
y voy sepultando heridas.
Pero sé,
que aún con las manos limpias
no podré ocultar el rastro
de la tierra removida.


El amor también queda reflejado a partir de esta grieta:


Nos rozaremos el alma
desde la punta de los dedos,
de una palma a otra palma
con la urgente necesidad,
de acallar en este desvelo
la soledad que nos embarga.

Evitaremos pronunciar una palabra
y en todo caso,
fingiremos que no la pronunciamos
para que luego no tengamos que volver
por una respuesta.

Nos rozaremos el alma
de un abrazo a otro abrazo
con el miedo entre los labios
para que la ternura se desborde
aunque mutuamente
nos estemos entregando,
despedidas.

La exploración, el desafío, el sumergirme en la hoja en blanco, más que la manifiesta intención de imprimir una palabra:


La palabra subyace
quieta, oculta, solapada
en la textura de una hoja
que finge estar en blanco.

La palabra convive
eternamente,
en este silencio simulado
hasta que alguien oye que lo llaman,
desde lejos,
desde el centro impreciso
de un texto que aún
no ha sido escrito.


Si la manera en la que escribimos es una mirada, una posición frente a los otros y a todo aquello que nos rodea, he preferido la toma de conciencia más que la evasión:



El rostro que buscamos
no siempre suele ser tan distinto al nuestro,
aunque a veces,
para evitarnos la angustia
de llegar a comprenderlo,
lo condenamos.

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Herir a la memoria
en su caprichoso olvido
para que ningún gesto
se agazape de nosotros
y pretenda luego
ser tan sólo una sospecha.


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Editado de manera artesanal, con mis propias manos, en el año 2000 y presentado en lo que fue la 1ra. Feria del Libro de la Región de los Lagos, Junín de los Andes, provincia de Neuquén. (Arg.)
 
 
©Jc


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