¿Realidad o ficción?... No sería la pregunta, en cambio propongo otra: ¿En qué momento la ficción cruza esa delgada línea y algo puede ser considerado como real?
Al escribir uno establece un juego, como en el teatro, y por lo tanto irá borrando las huellas de todo aquello que pueda parecer como ficción, donde hasta lo que en apariencias aparece como azaroso, no es más que una construcción. Conciencia entonces, de que al escribir estamos interactuando, conciencia del lenguaje y sus formas, de que tal palabra está puesta allí, por sus implicancias y su función contextual.
Aunque no sea un libro de cuentos y relatos fantásticos, el “Prólogo”, deviene aquí en un personaje que introduce un elemento fantástico o lo que bien podría llamarse, “ponerse en la piel del otro”:
La realidad padece de una metamorfosis inescrutable y sólo se me ha hecho posible observarla, cuando soy parte de su endemoniado cataclismo.
Y aunque muchas veces mi propio ser se ha visto desplazado o poseído, la memoria de todos aquellos que he sido, me ha dejado siempre el mismo gesto. El único gesto certero y al mismo tiempo inverosímil: sus muertes.
Y entre tantas muertes, sospecho que un día acudiré a mi propio entierro, desde la memoria de los otros.
El prologuista es quien nos introduce a la idea de vivir o de haber vivido las experiencias de los otros a través de sus memorias. De aquí la sospecha sobre la posibilidad que, de tanto deambular por “La memoria de los Otros”, pueda algún día verse a sí mismo presenciando su propia muerte.
Y es justamente la muerte un elemento que atraviesa el libro desde la primera página hasta la última, puesta de manera metafórica o literal, como la vida misma, en la que es posible morirse de muchas maneras.
“En La Memoria de los Otros me sorprendió la construcción ficcional de una multiplicidad de voces que reflejan algunas de las tantas realidades existentes. Pero este reflejo se da sobre un espejo muy particular, como los de las ferias, que modifican, cambian y distorsionan aquello que tienen enfrente para crear las imágenes más insólitas, los aspectos más ocultos o la ironía más fina de la cotidianeidad, que se disfraza así de asombro y sorpresa.
También me llamó mucho la atención de la presencia constante de la muerte en los relatos, con una familiaridad que habla de una búsqueda de comprensión de sus misterios, porque hasta que no entendamos la muerte no nos será posible entender la vida. Explorar estas posibilidades abre el camino que pueda permitirnos morir (en un sentido literal o metafórico) para poder renacer como hombres nuevos, refundarnos como seres más humanos, más vivos, más vitales.” Silvia Arias
Con finales inesperados o abiertos, uno puede transitar por un cuento o un relato en primera persona: Un hombre que espera una carta que nunca llega, otro que ve pasar a una mujer cada tarde sentado frente a una ventana, el alma de un padre escribiendo una carta a su hija, alguien entre la “Birra y el faso”, un adolescente llegando de madrugada, y así, hasta que nos vuelve a interrumpir el prologuista para decirnos que no sólo tiene las imágenes de esas memorias vividas, sino también sus voces:
Tengo también sus voces, que vierten canto y angustia en atrapar lo infinito.
Voces que me gritan y se agitan desde todos los cuerpos.
Con el vértigo de ir en caída libre, los tres últimos cuentos son diálogos llenos de incertidumbre y misterio, entre dos amigos y su “Alma asesina”, entre un policía y un asesino por la “Realidad” en la que cada cual vive, y un paciente y su terapeuta dentro de un verdadero “Acertijo”. Cada cual a su manera, nos dejarán con la sensación de no haberlo leído todo o de que algo se nos ha escapado.
Si bien comencé por la poesía, la narrativa me aportó otros elementos, como el monólogo interior y la contundencia de la primera persona.
La Memoria de los Otros, mi primer libro de cuentos editado en conjunto con “Ecos”, en el año 2000 y presentado en lo que fue la 1ra. Feria del Libro de la Región de los Lagos, en Junín de los Andes, Prov. de Neuquén, (Arg.)
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