No participa en clase: Lectores difíciles



Siempre se me ha preguntado el por qué haber decidido por las escuelas de Nivel Medio, adolescentes, para la presentación de lo que fueron mis dos primeros libros y ahora mi primera novela, cuando es una tarea que realizo Ad Honorem, sin ningún costo para las escuelas y por lo tanto, en cuestión de ese rédito económico, apenas si gano para los aplausos. (Eso me dijeron)

El pronóstico de muchas personas, incluido el de algunos docentes, no resultó tampoco  muy alentador: “los pibes no leen”, “se dispersan, no prestan atención”, “nada les gusta”, “son poco reflexivos, están en la pavada”, “son difíciles, irrespetuosos”, y un sin número de “verdaderas” apreciaciones, que lo único que hicieron fue aumentar mi entusiasmo por avanzar hacia el desafío que eso suponía.

Sin la pretensión de quitarle un sesgo de veracidad a lo que me habían planteado, me enfoqué más en las posibilidades y particularmente en el “cómo” los escritores nos proponemos acercar a las personas a la lectura de lo que producimos y encontré dos variables:


Cuando presentamos libros, suponemos que vamos a tener a un público lector, y de aquí la idea de leer y reflexionar sobre elementos e ideas impresas.


Cuando nos presentamos ante un público que, (de nuevo), “se supone” no lector o escasos en la apreciación de los elementos narrativos o poéticos, es indudable que fallemos ante la implementación de la primera estrategia y que, por lo tanto, se haga necesario la búsqueda de recursos que, sin quitarle mérito a la exposición reflexiva, nos permita abordar e interesar a ese público “difícil”.


Habiendo sido un estudiante “difícil”, que llevara a una de mis profesoras a que le comunicara a mis padres: “No participa en clase”,  era de suponer que mi búsqueda, ahora en mi vuelta a la escuela como escritor, estaría orientada a ser una especie de Harry Potter para entusiasmar, aún a los más desprevenidos. Pero yo no soy un mago, ni atravieso paredes, ni me sé algún conjuro, y hasta me dan miedo las alturas, pero, (y qué bueno que siempre hay un pero), tengo un cuerpo.

Ponerle el cuerpo a la literatura, prestar mi cuerpo a los personajes a través de mis propias caracterizaciones, haciendo uso de la voz, (impostación), mostrando, haciendo visible aquello, de que la palabra es una imagen en movimiento, además de las argumentaciones, es lo que hizo y ha hecho del paso, del diálogo con los alumnos un espacio en el que, contra todos los pronósticos, ellos mismos se descubrieran como  potenciales lectores. O sea, sólo bastaba con encender el fuego y de ese fuego, estas anécdotas, inspiradoras, que refuerzan mi interés por visitarlos, y que fueran también un aprendizaje:




Lectores “difíciles”: Los cuatro del fondo.



Por lo general al docente le pido que no me hable de las características sobre el curso que visito, para no tener de ellos una idea preconcebida y así permitirnos, tanto para ellos como para mí, descubrirnos, dejando abierta la puerta para el asombro.

Una escuela de la periferia, las dos últimas horas de clase de un 2do. Año, turno mañana. Todos se mostraron movilizados e interesados en la propuesta, pero a los cuatro del fondo, con un gesto casi indiferente, apenas si movían las manos cuando se sumaban al aplaudo de los otros, no preguntaron y permanecieron casi inmóviles, movidos de vez en cuando por algún bostezo. Pero al momento de pedirles como intercambio las 5 líneas por escrito comentando lo que les había parecido la propuesta, los cuatro preguntaron si podían escribir ese papel en grupo, y así lo hicieron. Todos se fueron yendo y a medida que salían me entregaban el papelito en mis manos, pero los cuatro del fondo, murmuraban algo que sólo ellos entendían. La docente me pide disculpas, y es que, justamente esos cuatro alumnos, son los que en su hora de Lengua no hay manera de interesarlos. Muy entusiasmados, estuvieron como 10 minutos después de hora, al terminar, cada uno me dio la mano, “muy bueno lo tuyo” y el último hasta me invitó a que volviera a la escuela. Habían estado escribiendo en versos rimados, al mejor estilo del hip hop lo que les pareció la experiencia y entre: “lo tuyo es tan claro como el agua y tan oscuro como estar enamorado…” me hicieron saber que la imagen no es nada, y que hasta puede que esa misma imagen nos confunda al pensar algo, que en este caso, hubiese estado equivocado.





Lectores “difíciles”: No sos un careta.



Una escuela Técnica, dos cursos, uno de 1ro. y otro de 2do., también de la zona alejada del casco céntrico.

Si los cursos sobrepasan los 30 alumnos suelo ir por curso para lograr un espacio de intimidad y prioridad: La intención es compartir una experiencia, no sumar una actividad áulica más. Pero en este caso, me sumaron 2 cursos de 30. Apenas si entraba yo y ellos, sentados en el piso, que no me dejaban mucho espacio para moverme, la cosa a todos nos resultó claustrofóbica, aunque estuviesen las ventanas y las puertas abiertas.

No había nada que les llamara la atención, se tiraban papelitos, se empujaban por un poco más de espacio, se reían y hablaban entre ellos como si ni la docente ni yo estuviésemos en el aula. No me escuchaban. Y entonces el STOP.

Les conté que yo también había nacido en un barrio de calles de tierra, como en el que ellos vivían. Que había llegado a la escuela en colectivo y que regresaría en el mismo ocupando mi último pasaje en la tarjeta. Les conté que no recibía ningún subsidio por andar visitando las escuelas, y que vendo mis libros de casa en casa, caminando la calle para que al final del día pudiese tener un dinero en el bolsillo. Les dije que era fácil echarle a los otros la culpa por nuestra falta de oportunidades pero, qué hacemos nosotros cuando esas oportunidades se nos presentan. Que estar en la escuela no era mi gran logro, sino la oportunidad que a ellos les habían ofrecido. 
Obviamente nada fue en un tono recriminatorio, sino todo lo contrario, yo era el extraño en un espacio y en una realidad que les eran propias, pero de la cual yo mismo me había alimentado al escribir. La idea era no resultarles ajeno a ese espacio y a esas realidades, sino hacerles notar, que la compartía.

De allí en más no voló una mosca y se mantuvieron dentro del contexto de las interpretaciones y lecturas. Para el final hicieron preguntas, pidieron disculpas y uno de los comentarios en esos papelitos que me escribieron fue: No sos un careta.





Para terminar, en uno de mis últimos pasos por las escuelas en el 2013, un alumno en Villa Regina, Bruno, de un 3er. Año, me plantea que no tiene dinero para comprarme la novela, pero que ha decidido pasar por los cursos y hablar con todos aquellos que estuvieran interesados en adquirirla y así ganarse su ejemplar. Si bien, siempre he dicho que no soy un vendedor de libros pasando por las escuelas, sino un escritor compartiendo la experiencia de su oficio, estoy abierto a la posibilidad de que la Biblioteca de la escuela o alumnos adquieran su ejemplar, y es así que he vendido mi libro por 15 pesos a algún alumno que se ha mostrado realmente interesado en seguir leyendo otros textos. En una segunda vuelta a la escuela, Bruno había podido vender 12 libros, y él se llevó, la novela y dos de poesías.

 

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