Haciendo
uso de las mismas herramientas, no implica necesariamente que vayamos a
construir lo mismo que otros. Las estrategias de trabajo suelen ser múltiples y
lo que le resultó a uno puede no resultarle a otro. De aquí, que la idea de este
artículo no sea darte las “claves” para avanzar sobre tu proyecto, sino
compartir mi experiencia y contarte cómo fue mi tránsito por el camino de
escribir lo que ha sido mi primera novela EL MALDITO.
Acostumbrado
a la brevedad en el cuento y en la poesía, me embarqué en un proyecto más
ambicioso: La novela. Pero uno no escribe una novela de la noche a la mañana, o
por lo menos no fue mi caso, y el momento en el que nos sentamos a escribirla
no es el comienzo del proceso, sino casi su culminación, ya que un escrito
comienza mucho antes que nosotros asumamos la tarea de hacerlo.
Algunas consideraciones:
El
escritor “en el texto” o “detrás del texto”. Nunca he pretendido hacer del
oficio, algo que terminara en la enumeración de vivencias propias y de haberlo
hecho, creo que en el acto de escribir, me hubiese visto limitado. De aquí, que
siempre he decidido estar “detrás del texto”, donde además de intercalar alguna
experiencia propia, puedo apelar a lo que he visto, a lo que me han contado, a
lo que he oído, a lo que uno sospecha o fantasea, y así conservar la libertad
de contar algo sin la premisa de lo veraz, como lo tendría que hacer un
periodista, por ejemplo, pero hacerlo verosímil, creíble, aunque lo que
estuviese contando, fuese la historia de un dinosaurio en mi jardín.
No basta
con tener una idea, hay que buscar un lenguaje, no sólo en las características
que tendrán nuestros personajes, las formas que utilizaremos para contar algo,
sino un lenguaje que nos permita simbolizar o metaforizar sin que ello rompa
con la estructura del relato, sino que se integre de manera natural.
El
recurso literario de monólogo interior, tan magistralmente utilizado por muchos
autores, (en este momento se me ocurre Virginia Woolf, James Joyce), sería mi apuesta, donde en primera persona un hombre emprende un viaje
por recuperar lo que considera que ha perdido: Su alma. Para llegar a ella deberá
a travesar la violencia de un campo de batalla, donde el odio y el amor se
baten a duelo, por la preeminencia de uno o del otro.
Predisposición
anímica, física y temporal. El proceso creativo no sólo tiene que ver con la
inspiración o la capacidad de imaginar y trasladar un mundo al papel. Se
alimenta también de la voluntad de iniciar un viaje e ir disfrutando de su
recorrido, sin que la incertidumbre de un final nos bloquee ya, en los primeros
pasos. La predisposición de un espacio físico, donde no podamos ser
interrumpidos y disponer allí todo cuanto podamos necesitar, apuntes,
fotografías, diccionarios, bibliografía, etc. y por sobre todo, un espacio de
tiempo, sin limitaciones horarias, reservado sólo para esa tarea, hará que
nuestro proceso creativo fluya como un río, seguro en su correntada.
Tensión y distensión, personaje y argumentación. Para darle dinamismo y versatilidad
estructuré la novela bajo la premisa de tensión y distensión, donde al
correlato de la acción le sigue un momento contextual y argumentativo, para
volver luego, a un pico de tensión. Pero
ese momento contextual o argumentativo no está dado a partir de mi propia
intervención como observador, lo que sería como “contar” algo, sino que lo hago
a través del propio personaje, lo que resultaría en “mostrar” algo. Dada la
novela en un contexto de violencia intrafamiliar y social, como autor no
“hablo” de violencia, sino que “la muestro”, a través de un personaje que a la
vez no lo es, ya que se trata de una proyección emocional, que adquiere una
dimensión profundamente humana y real, atravesando el laberinto interno de
otro.
Más importante que escribir, corregir. La novela llegó a tener 24 capítulos, pero luego de tomar una distancia temporal y volver a ella, con una actitud más crítica que constructiva, reelaboración del contenido, incongruencias, diálogos mal construidos, digresiones, etc., le quedaron sólo 19. Para cuando uno comienza a escribir, es saludable una actitud volcánica, que todo fluya a la superficie, dejando a la crítica como una segunda instancia. Y dentro de esta última instancia, debe prevalecer lo que conviene al personaje, a su contexto y a la trama en general, más que aquello, que por el hecho de gustarnos a nosotros decidiéramos dejarlo.


