Comienza tímidamente,
casi con el sentimiento de estar profanando una intimidad sepultada en las
profundidades oceánicas de sus recuerdos. A medida que avanza, puede percatarse
del movimiento prófugo de su mano que, al escribir con una caligrafía
defectuosa, tiembla o se detiene, pero que con esa convicción con la que
decidió comenzar, persiste y persevera. Tal vez no lo sepa desde un principio,
pero con el tiempo se dará cuenta que ha iniciado la construcción de un puente,
desde adentro hacia afuera, que le permitirá, al escribir, componer y restaurar
el rompecabezas interno de pedazos que hasta ese entonces se habían mostrado
esquivos a reunirse.
- 80
gramos -
Escribir es como convocar a todos nuestros
fantasmas y allí mismo, sobre una hoja en blanco, esos fantasmas adquieren la
fisonomía de todo cuanto hemos amado u odiado. Adquieren el rostro de lo
ausente y escuchamos la voz de quien nos ha llamado por nuestro nombre propio.
Allí, en esa soledad íntima de la escritura, uno les propone un diálogo
sabiendo que, aunque procedan del mismísimo infierno, ninguna sombra, conocida
o desconocida, resistirá la tentación de saberse nombrada en esos 80 gramos que
le dan consistencia a una hoja en blanco. La cual, se volverá más densa, más
pesada, más proclive a la creación de un escenario, donde los fantasmas allí
retratados se reúnen, en algún punto, con los fantasmas de quien se ha
propuesto leernos.
No nacemos con el hábito de andar exorcizando
demonios a través de la palabra, porque cuando somos chicos los adultos nos
protegen de ellos, eso por un lado. Pero también hay chicos que desde temprano
aprenden a reconocer entre las sombras aquello que más los asusta, y uno puede
notar en sus miradas el vuelo zigzagueante de algo que perturba todo aquello
que se refleja en sus miradas. Para estos chicos, el reconocimiento de lo
sombrío que pueden resultar algunas personas, los va protegiendo del arrebato
que hacen algunos sobre la inocencia de otros. Pero al mismo tiempo, de forma
paralela, las sombras a las que va temiendo se agigantan con su propia sombra
que crece. Y así, de una sombra a otra, puede que lleguen a la adultez
refugiados o rodeados de fantasmas que se le han ido adhiriendo a la delgada
membrana de sus almas. Y puede que el sentimiento residual, cosa de lo más
natural, consista en saberse víctimas de demonios que ahora, de adultos,
adquieren el rostro de una persona amada que los abandonó, el rostro de una
persona en la cual confiaban y ha terminado traicionándolos, o definitivamente,
adquieran el rostro mismo de ellos. Un rostro agrietado ya en sus miradas y en
aquellas palabras que pudiendo pronunciarlas, van quedando guardadas,
refugiadas, adheridas a la memoria de todo cuanto se han propuesto olvidar. Pero el olvido nunca
llega, y la memoria se resiste al impulso de quedar relegada, por propia
decisión, a un costado del camino.
De víctima a testigo a través de la literatura
es un ensayo que pretende aproximar una respuesta y propone una herramienta que puede
generar en el que la utilice, un espacio superador y de encuentro con él mismo,
porque la palabra es la única que tiende un puente: Para la víctima, una
herramienta, para el testigo, una capacidad.
- Víctimas -
“La primera vez me levanté casi por ese mismo
instinto de supervivencia que hace que uno se mantenga de pie, erguido frente a
cualquier circunstancia. A medida que fui creciendo, me imaginé tan fuerte como
una roca, que estaba, sin embargo, asolada por los embates de una marea, que
poco a poco fue mellando mi fortaleza. Fui sintiendo, que frente a estos
embates ya no era necesario ser tan fuerte como una roca, sino que debía
elaborar cada vez, estrategias diversas y un mecanismo para que todo en lo que
había creído, pero mucho más, para preservar la existencia de mi propia persona
a las diferentes realidades y circunstancia de la vida, y así continuar de pie,
tan firme como la primera vez que me había levantado. Si a la primera vez, tan
sólo necesité de mis fuerzas, luego se me hizo necesario adquirir una manera de
pensar la vida y de estar casi constantemente reinventándome a mí mismo.”
Las experiencias son individuales y afectan a
cada cual de maneras distintas y hasta insospechadas. No todos, ni siempre,
alguien se levanta, y mucho menos frente a una tragedia, tan inmediatamente
como otros. Algunos vuelven una y otra vez al recuerdo de aquello que los ha
marcado. Algunos caen como moribundos sobre una cama y les costará
reincorporarse cada mañana. Otros elaboran estrategias para “sanar” lo que ha
sido herido, el pensamiento, el cuerpo, el afecto, pero esas estructuras, así
como el mantenimiento de una casa para que no se nos venga abajo, para algunos,
suelen ser determinaciones temporales, frágiles, que puede, ante la memoria, o
frente a una circunstancia en la que se sienten vulnerables, volver a caer en
el circuito, volver a caminar en círculos sobre algo que imaginaron ya lo
habían superado. Víctimas de las circunstancias y de ellos mismos.
Quiero ser amplio en la concepción de la
palabra víctima y no reducirla sólo a los hechos traumáticos de la vida. Así
entonces, frente a una puerta que se nos cierra, frente al amor que
equivocamos, frente a una pared que encaramos con astucia pero que
irrevocablemente nos vuelve a dejar sin aliento, frente a cualquier hecho, por
más pequeño que parezca, puede, como ya lo dije, dejarnos el
sentimiento residual que esos hechos nos provocan: El ir sintiéndonos víctimas,
algo que se “quiebra” y que la respuesta inmediata sería la “reparación”.
Asistimos a una realidad de un hombre
fragmentado en sus ideas, en sus sentimientos y en sus creencias. Un hombre
fragmentado habla de una sociedad fragmentada y proclives, ambos, a construir
“victimas”, desde el punto de vista físico, psíquico, económico, político o
social. Por lo que esa “reparación” no tiene un tiempo ni una edad y puede a
alguien llevarle años encontrar una manera para reparar el entramado de su
realidad social o psicológica.
Entre las múltiples respuestas, el arte, esa
vía de comunicación con la subjetividad o el inconsciente, ha sido el medio,
audaz por momentos, de comunicar la herida, ya no con la idea de encontrar una
respuesta a algo que puede llegar a no tenerla, sino de “reparar” un lugar
íntimo e interno de la persona, que deja de ser protagonista para convertirse
en espectador, junto con otros, de lo que, a través del arte, se va
produciendo.
“La palabra” en particular, es capaz de
adquirir múltiples sentidos, de asociar cosas que no parecían posibles de
asociarse y establece un vínculo con un mundo interno que, frente a cualquier
circunstancia, casi instintivamente, buscará repararse a sí mismo. El elemento
natural de la palabra es el texto, que irrumpe en un espacio de la realidad
donde antes no había nada. Rompe el silencio o la cadena de silencios, irrumpe
como medio reparador, ahora, al ser comunicado. El marco de referencia, para
que, aún comunicando, hablando del tema que lo aqueja, y que le permitiría al
que escribe, ya no permanecer oculto, sino protegido, es la literatura.
“Cuando escribo establezco un diálogo conmigo
mismo, entre el afuera y el adentro, de mí mismo, por lo que, lo que voy
dejando escrito no es la reproducción textual de ese diálogo, sino la
interpretación que hago del mismo. De aquí que al escribir no tenga miedo de
las miradas ajenas.”
- El principio del fin -
Una niña con su familia escondida de los nazis
en “la casa de atrás” escribe un diario que luego su padre, único
sobreviviente, publicará y se lo conocerá como “El diario de Ana Frank”. Jean
Genet, es encarcelado por sus ideas y por sus “actos impúdicos”, (homosexual) y
escribe una novela en cuadernos, los cuales le son destruidos y vuelve a
escribirla, de memoria, en papel higiénico, esa novela se conocería como “El
milagro de la rosa”. Cervantes, explica que su célebre “Quijote” empezó a
escribirse en prisión. Oscar Wilde, llora y escribe una obra maestra en su
momento más oscuro: “De Profundis”.
Cada uno de estos libros ha llegado hasta
nosotros y ningún tipo de naufragio, ningún incendio intencional, ninguna
muerte prematura, ha podido siquiera, quitar una palabra del grito o del horror
del que fueron víctimas sus autores. A través de la literatura, la muerte o el
encierro, quedaron reducidos a escombros, a un símbolo de una realidad, de la
que prisioneros o sometidos, algunos pudieron perpetuar la existencia de sus
almas. Ningún horror interno o externo, entonces, es capaz de inhabilitar la
capacidad del hombre en la utilización de una herramienta que, fueren en las
circunstancias que fueren, siempre le ha resultado la más propicia, ya no tan
sólo con la idea de comunicarnos algo, sino con la intención de dejar al
descubierto la mascarada de un discurso social tan endeble y tan frágil como su
propia humanidad, que tiende más a la perversión que al enaltecimiento de las
virtudes y cualidades que le permitirían hacer de su propia persona un ser más
íntegro, más inteligente o más evolucionado.
Y aun así, con todo, la literatura no reduce a
lo escrito a una mera denuncia o a un descarnado retrato de la condición
humana, sino que, conlleva, allí, en el mismísimo vientre de su creación, la
posibilidad de conscientización para que tales hechos, el hombre, no vuelva a
reproducirlos. O sea, que la literatura, al mismo tiempo que nos hace vernos en
un espejo, también nos plantea que tan sólo se trata de un reflejo, que si bien
es parte de nosotros, no es TODO lo que somos y tampoco es TODO a lo que
estamos destinados a ser.
De víctima a testigo a través de la
literatura, no sería entonces una idea, sino una práctica posible y tangible,
que nos remite al lenguaje, en un principio, para pronunciar una palabra o un
conjunto de palabras, y luego, para recrearla a través de nuestra caligrafía
defectuosa y su arritmia al leerla. De víctima a testigo a través de la
literatura, el comienzo… del fin…
- Testigos -
Una víctima impulsada tal vez, por la rabia,
por el dolor o por una misma frustración que se le ha ido acumulando a través
de los días, se sienta frente a una hoja en blanco para exorcizar de su memoria
aquello por lo cual no ha podido dormir o aquello por lo que se ha venido
sintiendo como tal, pero, puede llegar a sucederle, que luego de haber escrito
algunas hojas, sus propias lágrimas o el temblor de su mano al escribir, no le
permitan continuar.
Una hoja en blanco se ve de pronto,
sorprendida por un vendaval de palabras, acosada por una caligrafía defectuosa,
esas palabras hilvanan la trama de un tejido cargado de memorias que no se
reduce al relato de tales o cuales hechos, sino que, el conjunto de palabras
dibuja el rostro de una presencia que hasta ese momento sólo había estado en el
páramo íntimo de quien ha comenzado a escribirlas. La hoja en blanco, asume
así, de pronto, el carácter de una denuncia, la fisonomía de algo que se nos
revela, la belleza oculta de las cosas cotidianas, o bien, el fantasmal fragor
de una batalla en la que hasta el que escribe va quedando allí reducido a escombros.
La literatura, con sus idas y venidas, con sus
vueltas insospechadas, como ámbito de creación traza un puente entre un simple
relato y aquello, que de otra manera, tal vez, nunca hubiese podido ser posible
de nombrarse, rompe la estructura de la víctima que ha venido caminando en
círculos, quiebra el molde de una memoria que puede, con su peso, hacer que
alguien termine arrojándose al vacío. La literatura así interpretada, hace que
la víctima no naufrague en una marea de lágrimas o en el temblor de sus manos
al escribir, sino que, produce y ejerce un cambio en quien se ha venido
considerando como una víctima, para construir a través de ella, a un nuevo
personaje: Un testigo.
Un testigo establece un vínculo entre su
propia memoria de lo vivido y la memoria aún de aquello que no ha vivido. El
testigo, con su sola presencia en lo que va dejando escrito, establece un
vínculo con otras voces y estrecha sus manos con aquellos que lo han leído. El
testigo, al mismo tiempo que rompe con una cadena de silencios, inaugura una
nueva visión de las cosas y de las personas, haciendo palpable lo que
permanecía invisible, haciendo consciente lo que nos parecía imposible.
“Acudo a cada una de mis muertes cotidianas y
a la muerte de los otros, como testigo. Acudo a la memoria, a la propia y
ajena, como testigo que la hiere en su caprichoso olvido, para que ningún gesto
se agazape y pretenda luego, ser tan sólo una sospecha. Acudo como testigo, a
la hoja en blanco, porque alguna vez fue esa misma hoja la que me salvó de
arrojarme al vacío y porque ha sido siempre, esa misma hoja que, en apariencia
no parece decir mucho, la que construyó en mí un sueño y un sentido: Permanecer
vivo”
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©Jc






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