Imaginación


El fuego tuvo la culpa. Con la primera llama el hombre supo ver en las sombras a los espíritus, monstruos, demonios, ángeles, rostros metamorfoseados por una crepitante fogata despertaron del letargo a una criatura que no lograrían atrapar, que nunca podrían hacerlo, que de la profundidad de la noche más oscura se abriría paso por la luz y los perseguiría a todas horas. Con el tiempo se creyó que los escritores y los poetas habían logrado atraparlo en sus palabras, hasta que, llegados a nuestros días, aparecieron las “fake news”.

La edad de la razón contiene una gigantesca paradoja. En la búsqueda de ideas nos decantamos por la necesidad de acciones. ¿Qué orden surge sin imaginarlo antes?, ¿qué ideales surgen sin la abstracción que contempla elementos reales?, ¿qué invento no se le debe a la imaginación? Ya todos conocemos el postulado de Albert Einstein: “La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado, mientras que la imaginación no”.

A menudo, las cualidades positivas de la imaginación se han relegado a la infancia o al arte, sin embargo, podríamos definirla como la realidad fuera de la realidad, esperando comprobarse. El lenguaje es el primer rastro de la imaginación, lo que no quiere decir que no existiera antes, sino que a través del lenguaje pudimos inventar, reconstruir, memorizar, ponerle nombre a lo que veíamos, reuniendo lo poco del conocimiento con lo que imaginamos, conviviendo con mitos y leyendas, hasta volver sobre nuestros pasos para renombrar, para recrear la crepitante fogata de nuestros antepasados y volver a imaginar entre las sombras lo que tanto nos asusta: Que la realidad no sea como la imaginamos.

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