Cuando decidir sobre
algo implica perderlo todo, nunca resulta sencilla la decisión, aunque
se sepa que con ella estemos ayudando a alguien, porque lo que suele
juzgarse algunas veces, no es el mal del que se la libera a una
sociedad, sino que, perteneciendo a ella, se la critique, se ponga en
duda, o se la traicione en su valor comunitario: No morder la mano de
quien te da de comer.
Como lo ha expresado la propia escritora
irlandesa Claire Keegan: «Esta no es una historia sobre las Lavanderías
de la Magdalena», sino la historia de un buen hombre que, frente a un
descubrimiento, comienza a preguntarse sobre el futuro de sus hijas,
sobre el pasado de su madre, a las que responde enfrentándose a una de
las instituciones vertebrales de un país profundamente religioso: La
iglesia.
El infierno está en los detalles, con los que la autora
se balancea en el borde de un precipicio y logra mantener el equilibrio
entre la ficción y la realidad. Mientras que la crónica o la
investigación se interesan por la “verdad de los hechos”, la literatura
nos permite enfrentar a la realidad desde diferentes perspectivas,
evitando restringirla a una única forma de visión del mundo. «Me
interesa escribir sobre lo que significa estar vivo, qué es un ser
humano y qué se hacen los seres humanos entre sí.»
Las
Lavanderías de la Magdalena funcionaron en Irlanda hasta 1996. Lugar
donde, en complicidad con el Estado, la Iglesia, recluyó a mujeres,
niñas y adolescentes en condiciones de esclavitud y abuso, vendiendo en
“adopción” a los recién nacidos. Por mucho tiempo Irlanda estuvo entre
el olvido y la conmemoración, pero las víctimas que sobrevivieron al
calvario no le permitieron lo primero y aunque hubo un resarcimiento
económico y un pedido de perdón del Estado, el infierno estuvo allí, en
los detalles de las historias de las primeras mujeres que decidieron
«cosas pequeñas como esas»: hablar.
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©Jc
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