El que se va para no volver y el que regresa luego de haberse ido. El que explora desafiante el ritmo de una aventura y el que se reconoce en los otros como parte de un paisaje que, así como lo ve llegar lo ve irse, ya no como el extraño que fue sino como el familiar que ha pasado a visitarlos.
Los relatos de viaje, como señala César Aira en "El viaje y su relato", no son simplemente descripciones de lugares y experiencias. Más bien, la estructura misma del viaje se convierte en una narrativa. La elección de un punto de partida, la secuencia de eventos, los encuentros fortuitos y los obstáculos superados forman la trama de una historia que va más allá de la mera crónica de lugares visitados. Esta narrativa se convierte en un espejo de la experiencia humana, reflejando los altibajos, los desafíos y los cambios que ocurren tanto dentro como fuera del viajero.
“El viaje es el relato de un cambio, de una transformación”, escribe Gérald Genette, porque tanto el viaje como su relato son procesos dinámicos que implican evolución y desarrollo. Los personajes atraviesan pruebas, enfrentan conflictos internos y externos, y emergen transformados al final del trayecto.
“Los géneros integran sistemas relacionales y se definen más por sus fronteras y bordes que por especificidades internas”, escribe en su ensayo “El viaje y su relato”, la argentina Beatriz Colombi Nicolia, fronteras ambiguas entre lo factual y lo ficticio, desafiando cualquier precisión formal como la posibilidad de circunscribirlo a la autobiografía o a la novela, lo que lo convierte en un género literario híbrido y complejo.
A través del viaje, ya sea en las páginas de un libro o en los caminos del mundo, nos encontramos con lo desconocido, nos narramos a nosotros mismos y emergemos cambiados, enriquecidos por la experiencia en la exploración, tanto fuera como dentro de nosotros. Un viaje que nunca termina.
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